VOLTAIRE: IGNORANCIA E IGUALDAD textos en su Diccionario filosófico
IGNORANCIA. Confesión de un papagayo: Ignoro como fui formado y nací. Ignoré absolutamente durante la cuarta parte de mi vida las razones de todo lo que vi, oí y sentí; sólo he sido un papagayo entre otros papagayos.
Cuando he observado a mí alrededor y dentro de mi mismo he conocido que hay algo que existe por toda la eternidad, y puesto que hay seres que viven actualmente, he deducido que debe haber aquí un Ser necesario y necesariamente eterno. Y así, el primer paso que he dado para salir de mi ignorancia me ha hecho traspasar los límites de todos los siglos.
Pero cuando he querido emprender esa carrera infinita, abierta ante mí, no puede encontrar ni un solo sendero, ni descubrir tan solo un objeto, y el salto que dí para contemplar la eternidad me hizo volver a caer en el abismo de mi ignorancia.
Estudié lo que llamamos materia, desde la estrella Sirio y las estrellas que se llaman vía láctea, que están tan lejos de Sirio como ése lo está de nosotros, hasta el más insignificante átomo que sólo podemos percibir a través del microscopio, y sigo ignorando qué es.
Desconozco la luz que me hace ver todos los seres; puedo, con ayuda del prisma, anatomizar la luz y dividirla en siete haces de rayos, pero no puedo dividir esos haces, ni sé de qué se componen. La luz tiene algo de materia porque está dotada de movimiento y hiere los objetos, pero no tiende al centro común como los demás cuerpos, sino que, por el contrario, huye invenciblemente del centro, en tanto que toda la materia es impenetrable. La luz, ¿es materia o no lo es? ¿Cuáles son sus innumerables propiedades? Lo ignoro.
Esa sustancia tan brillante, veloz y desconocida, y esas otras sustancias que nadan en la inmensidad del espacio, ¿son eternas, como parecen ser infinitas? No lo sé. El Ser necesario, soberanamente inteligente, ¿las creó de la nada o las organizó? ¿Estableció el orden de la Naturaleza al crear el tiempo o antes? ¿Y qué es el tiempo de que estoy hablando? No puedo definirlo.
¿Quién eres tú, animal bípedo, que te arrastras como yo por el planeta? Al igual que yo sacas algunos frutos de la tierra, que es nuestra nodriza común. ¡Vas al retrete y piensas! Estás sujeto a las enfermedades más repugnantes y tienes ideas metafísicas. Veo que Natura te dio dos especie de nalgas por la parte de delante, que se negó a darme; que te hizo en el bajo vientre un feo agujero que por lo mismo te has inclinado a esconder, y a veces los orines y otras unos bichejos salen por ese agujero tras haber nadado nueve meses en un líquido repulsivo, entre ese albañal y otra cloaca, cuyas inmundicias acumuladas serían capaces de infestar al mundo entero; no obstante, esos dos agujeros son causa de los mayores eventos. Troya quedó destruida por uno de ellos, y Alejandro y Adriano erigieron altares al otro. El alma inmortal tiene, pues, su cuna entre esas dos cloacas. Quizá alguna lectora encuentre que esta descripción dicta mucho de los estilos de Tíbulo y Quinault; en esto estamos de acuerdo por que no tengo humor para escribir galanterías. Las ratas y los topos también tienen esos dos agujeros por los que nunca han hecho semejantes extravagancias. ¿Qué le importa al Ser necesario que existan animales como nosotros y como la ratas, en este Globo que gira en el espacio con infinidad de otros innumerables globos? ¿Por qué hemos nacido y por qué hay en el mundo seres?
¿Y qué es el conocimiento y cómo lo he recibido? ¿Qué relación existe entre el aire que hiere mi oído y el conocimiento de su sonido, entre ese cuerpo y el conocimiento de los colores? No lo sé y nunca los sabré. ¿Qué es el pensamiento, dónde reside, cómo se forma, quién me da los pensamientos mientras duermo? ¿Pienso en virtud de mi voluntad? Durante el sueño, y con frecuencia mientras estoy en vela, siempre tengo ideas contra mi voluntad. Estas ideas, mucho tiempo olvidadas en el desván de mi cerebro, salen de allí sin que las haga salir y se presentan espontáneamente a mi memoria, que hace baldíos esfuerzos para rechazarlas. Los objetos exteriores no pueden formar en mí las ideas, pues nadie da lo que no tiene; conozco que no soy yo quién las da, puesto que nacen sin orden mía. ¿Quién pues, me las da, de dónde vienen y a dónde van? Espectros fugaces, ¿qué mano invisible os produce y hace desaparecer?
¿Por qué el hombre es el único animal que siente la airada pasión de dominar a sus semejantes? ¿Por qué y como acontece que entre cien millones de hombres inmolen esta pasión noventa y nueve millones de seres humanos?
¿Cómo es posible que siendo la razón el don precioso que no quisiéramos perder por nada del mundo, debemos a esta misma razón ser casi siempre más desgraciados que los demás seres? ¿En qué consiste que amando apasionadamente la verdad nos arrastren siempre las imposturas? ¿De dónde nace el mal y por qué existe?
Átomos efímeros, compañeros míos en la infinita pequeñez, nacidos como yo para sufrir e ignorarlo todo, ¿es posible que haya entre vosotros algunos tan desquiciados que quieran saber todo eso que ignoro? No, no los hay. En el fondo de vuestro pecho sois conscientes de vuestra nada, como soy consciente de la mía, pero como sois soberbios movéis guerra para que los hombres adopten vuestros vastos sistemas, y no pudiendo tiranizar sus cuerpos pretendéis tiranizar sus espíritus.
IGUALDAD: ¿Qué le debe un perro a otro perro, un caballo a otro caballo? Nada. Ningún animal depende de su semejante, pero habiendo recibido el hombre el destello de la Divinidad que se llama razón, ¿cuál es el fruto? El de ser esclavo en casi toda la tierra.
Si esta tierra fuese la que parece debería ser, es decir, si el hombre hallase por doquier una subsistencia fácil y garantizada y un clima adecuado a su naturaleza, es evidente que hubiera sido imposible que un hombre esclavizara a otro. Si el planeta estuviese cubierto de frutos saludables, si el aire que debe contribuir a nuestra vida no nos provocase las enfermedades y la muerte, si el hombre no necesitase más alojamiento ni más lecho que aquel del cual se sirven los gamos y los corzos, entonces los Gengis-Khan y los Tamerlán no tendrían más servidores que sus hijos, que serían lo bastante buenas gentes para ayudarles en su ancianidad.
En este estado tan natural que disfrutan los cuadrúpedos, las aves y los reptiles, el ser humano sería tan feliz como ellos, la dominación sería entonces una quimera, un absurdo en el que nadie pensaría, pues ¿para qué buscar servidores cuando no se necesita ningún servicio?
Si a cualquier individuo de cabeza tiránica y brazo inquieto se le pasara por la mente esclavizar a un vecino menos fuerte que él, la cosa sería imposible: el oprimido estaría ya a cien leguas antes que el opresor hubiera adoptado sus medidas.
Así pues, todos los hombres serían forzosamente iguales si carecieran de necesidades. La miseria que encadena nuestra especie subordina un hombre a otro y esto no es desigualdad, que es un mal, sino la dependencia o subordinación. Importa poco que tal hombre se titule Su Alteza o Su Santidad; tan dura es la servidumbre que se padece a las órdenes de uno como de otro.
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Copiado y difundido por
Antonio García Fuentes (Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (aquí mucho más)
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