Aunque el mejor sentimiento (pienso) que hay que tener, para esa parte de la juventud (no toda: afortunadamente) es el de conmiseración o lástima. Pero precisamente por su estado precario y amorfo; hay que “inyectarles estímulos”, para ver que reaccionen y sepan; que la vida es dura… y que siempre lo fue. Por tanto no es en “el botellón” (ríos de alcohol) ni en el resto de las drogas, donde van a encontrar el verdadero estado del hombre en este planeta, que si civilizatoriamente decae ostensiblemente, pero es precisamente por ello mismo… “abandono de la verdadera formación y que ha formado a los hombres y mujeres de todos los tiempos y se han formado siempre, los que han querido y se lo han propuesto”.
Estos jóvenes (hablo de España, pero por lo que sé, ocurre en otros muchos países y de similar forma) se muestran con una extraña rebeldía (“extraño es el rebelde que en realidad no sabe ni lo que quiere o necesita”) y la que demuestran de dos formas absurdas, pero preocupantes. Una: la muy extendida forma de drogarse con “las mil drogas” que tienen al alcance de su ser (espectáculos masivos incluidos). Dos: la de jugarse “el pellejo”, con ejercicios absurdos y que disfrazan de deportes (que no lo son) y en los que entra de lleno, la velocidad en los vehículos a motor que insensatamente manejan de forma en que no sólo ellos peligran, sino los que llevan con ellos; o los que desgraciadamente, pillan por delante.
Así, aquí y “desde donde escribo”, se ha generalizado lo que ya tiene nombre y que figura en mi titular; pero al que ya acuden y desde países europeos, una juventud que sobrándoles el dinero; se lo gastan cada fin de semana en venir a España y “sumergirse en alcohol y drogas”, ya que aquí les resulta mucho más económico… incluso incluyendo el coste del viaje en avión. O sea que vienen, se emborrachan y se van, sin siquiera “haber dormido la mona”, en una cama y después haberse duchado.
Algunos de los nativos, incluso escriben a los periódicos y empleando incluso arrogancia y “victimismo”; afirman que beben en esos “amasijos urbanos”, por cuanto, con lo que pagarían por una copa en un bar, tienen lo suficiente para beberse una botella y que (ellos) hacen lo que sus antepasados hicieron, o sea beber en grupo; considerado en España como una tradición ancestral. Lo que de paso, resalta su incultura sobre esos hechos en que dicen basarse. Y diré por qué… “lo he visto”.
Primero, nuestros jóvenes debieran saber; el que sólo hace algunas décadas (pocas) aquellos jóvenes, disponían de mucho menos dinero que éstos de hoy y por el contrario; trabajaban mucho más y en unas condiciones bastante duras, pero que, a muchísimos; fueron las que los formaron. Aquellos jóvenes y en mayoría, iban a las modestas tabernas (hoy desaparecidas y no sabemos por qué) a beber vino barato (“el denominado peleón”) que allí les vendían por litros, medios litros o “cuartos de litro”, e incluso “chatos” o vasos de vino, de mayor o menor tamaño. Vino que al ser de nos más de once grados, había que beber mucho para “pillar la cogorza”. Pero si la pillaban, tenían que saber “sostenerla con cierta dignidad”; ya que al borracho alborotador (al que despreciábamos) si no lo sabía, era el dueño de la taberna, el que lo lanzaba a la calle como lo que era ya… “un desecho humano”; y si no podía él, se llamaba a la guardia municipal o urbana; o a la Guardia Civil y, “lo cogían de un puñado y lo llevaban al calabozo oportuno, donde lo mantenían bajo llave, hasta que pasada la borrachera, lo soltaban”… no sin advertirle, que la reincidencia por “escándalo”, conllevaría visita al juez y alguna condena carcelaria. En tal caso y por tales medidas, los borrachos asquerosos, eran contados; reitero que despreciados y por tanto no había muchos.
También esos jóvenes se reunían en grupo, pero tenían que tener donde (“la vía pública era respetada y ya sabemos el escándalo cómo era corregido por la autoridad, que entonces, sí que la había”). Así tenían que buscar la casa de uno u otro, el local comercial o cobertizo y allí, reunidos… compraban en las tabernas, la “cuartilla” (garrafa de cuatro litros) del citado vino, cerveza; o hacían ponche de melocotón (que fresco está riquísimo y es menos alcohólico) y con algunas tapas, igualmente compradas en la tienda de ultramarinos, se divertían, gastaban poco y no molestaban a nadie. Puesto que esa es otra… “a las doce de la noche, cada mochuelo a su olivo, y si no…?”
Y por último, estos “incultos” jóvenes, ni piensan, que el que mantiene un bar (como cualquier otro negocio) tiene que pagar impuestos; muchos impuestos, personal, instalación, limpieza, y todo lo que conlleva mantener un negocio. Muchos de los de hostelería, son lugares donde un matrimonio e hijos, trabajan duro; simplemente para ir saliendo en la vida de forma decente y pagar todo y a todo el mundo… pues como dijo aquel dueño de bar, a un imbécil cliente que se quejaba del precio de un café… “no, yo no cobro el café, el café lo regalo… lo que cobro, son las tazas, platos y vasos que se rompen, la limpieza, el azúcar, las servilletas, los kilowatios que consume la cafetera, los impuestos al ayuntamiento y al Estado y algunas cosillas más; y el levantarme a las cinco de la mañana, para que a las siete pueda usted tomar el café bien caliente y bien hecho”… oído aquello por aquel imbécil; pagó la consumición y ya no volvió a hablar de ello, en la vida.
Bueno, pues lo mismo “que aquel café”, ocurre con cualquier servicio, sea la cama de un hotel, el plato de comida en un restaurante; o cualquier otro (servicio) que el inteligente, no necesita que se lo detallen… ¿O sí?
Estos jóvenes (hablo de España, pero por lo que sé, ocurre en otros muchos países y de similar forma) se muestran con una extraña rebeldía (“extraño es el rebelde que en realidad no sabe ni lo que quiere o necesita”) y la que demuestran de dos formas absurdas, pero preocupantes. Una: la muy extendida forma de drogarse con “las mil drogas” que tienen al alcance de su ser (espectáculos masivos incluidos). Dos: la de jugarse “el pellejo”, con ejercicios absurdos y que disfrazan de deportes (que no lo son) y en los que entra de lleno, la velocidad en los vehículos a motor que insensatamente manejan de forma en que no sólo ellos peligran, sino los que llevan con ellos; o los que desgraciadamente, pillan por delante.
Así, aquí y “desde donde escribo”, se ha generalizado lo que ya tiene nombre y que figura en mi titular; pero al que ya acuden y desde países europeos, una juventud que sobrándoles el dinero; se lo gastan cada fin de semana en venir a España y “sumergirse en alcohol y drogas”, ya que aquí les resulta mucho más económico… incluso incluyendo el coste del viaje en avión. O sea que vienen, se emborrachan y se van, sin siquiera “haber dormido la mona”, en una cama y después haberse duchado.
Algunos de los nativos, incluso escriben a los periódicos y empleando incluso arrogancia y “victimismo”; afirman que beben en esos “amasijos urbanos”, por cuanto, con lo que pagarían por una copa en un bar, tienen lo suficiente para beberse una botella y que (ellos) hacen lo que sus antepasados hicieron, o sea beber en grupo; considerado en España como una tradición ancestral. Lo que de paso, resalta su incultura sobre esos hechos en que dicen basarse. Y diré por qué… “lo he visto”.
Primero, nuestros jóvenes debieran saber; el que sólo hace algunas décadas (pocas) aquellos jóvenes, disponían de mucho menos dinero que éstos de hoy y por el contrario; trabajaban mucho más y en unas condiciones bastante duras, pero que, a muchísimos; fueron las que los formaron. Aquellos jóvenes y en mayoría, iban a las modestas tabernas (hoy desaparecidas y no sabemos por qué) a beber vino barato (“el denominado peleón”) que allí les vendían por litros, medios litros o “cuartos de litro”, e incluso “chatos” o vasos de vino, de mayor o menor tamaño. Vino que al ser de nos más de once grados, había que beber mucho para “pillar la cogorza”. Pero si la pillaban, tenían que saber “sostenerla con cierta dignidad”; ya que al borracho alborotador (al que despreciábamos) si no lo sabía, era el dueño de la taberna, el que lo lanzaba a la calle como lo que era ya… “un desecho humano”; y si no podía él, se llamaba a la guardia municipal o urbana; o a la Guardia Civil y, “lo cogían de un puñado y lo llevaban al calabozo oportuno, donde lo mantenían bajo llave, hasta que pasada la borrachera, lo soltaban”… no sin advertirle, que la reincidencia por “escándalo”, conllevaría visita al juez y alguna condena carcelaria. En tal caso y por tales medidas, los borrachos asquerosos, eran contados; reitero que despreciados y por tanto no había muchos.
También esos jóvenes se reunían en grupo, pero tenían que tener donde (“la vía pública era respetada y ya sabemos el escándalo cómo era corregido por la autoridad, que entonces, sí que la había”). Así tenían que buscar la casa de uno u otro, el local comercial o cobertizo y allí, reunidos… compraban en las tabernas, la “cuartilla” (garrafa de cuatro litros) del citado vino, cerveza; o hacían ponche de melocotón (que fresco está riquísimo y es menos alcohólico) y con algunas tapas, igualmente compradas en la tienda de ultramarinos, se divertían, gastaban poco y no molestaban a nadie. Puesto que esa es otra… “a las doce de la noche, cada mochuelo a su olivo, y si no…?”
Y por último, estos “incultos” jóvenes, ni piensan, que el que mantiene un bar (como cualquier otro negocio) tiene que pagar impuestos; muchos impuestos, personal, instalación, limpieza, y todo lo que conlleva mantener un negocio. Muchos de los de hostelería, son lugares donde un matrimonio e hijos, trabajan duro; simplemente para ir saliendo en la vida de forma decente y pagar todo y a todo el mundo… pues como dijo aquel dueño de bar, a un imbécil cliente que se quejaba del precio de un café… “no, yo no cobro el café, el café lo regalo… lo que cobro, son las tazas, platos y vasos que se rompen, la limpieza, el azúcar, las servilletas, los kilowatios que consume la cafetera, los impuestos al ayuntamiento y al Estado y algunas cosillas más; y el levantarme a las cinco de la mañana, para que a las siete pueda usted tomar el café bien caliente y bien hecho”… oído aquello por aquel imbécil; pagó la consumición y ya no volvió a hablar de ello, en la vida.
Bueno, pues lo mismo “que aquel café”, ocurre con cualquier servicio, sea la cama de un hotel, el plato de comida en un restaurante; o cualquier otro (servicio) que el inteligente, no necesita que se lo detallen… ¿O sí?
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